Abrazó la muerte. Comprendió
que hacía parte de la muchedumbre y se dejó llevar, levitaba angustiado, regresaba
la cabeza a todos lados anhelando atender una respuesta, pero sólo una, la que
siempre ha deseado escuchar, conservaba la esperanza y todas las miradas lo acusaban.
En el centro comercial
evadía su desasosiego y ocultaba tras la máscara de la risa su triste condición
de vulgo; sin embargo a veces acudía a la biblioteca con la justificación
inexplicable del adicto, porque bien sabemos que leer es un maldito vicio que
te hace falta, que en la abstinencia te reprime, y en el consumo deseamos
detener el tiempo para no despegarnos de ese pensamiento ajeno que se torna
propio; o a veces, hacía deporte porque para él, representaba todo lo contrario
a la lectura, no pensaba ni siquiera en banalidades, pero este era especialmente
era un encuentro con él mismo, y lo alejaba de la muerte.
Un día normal, como todos
los días, entró a la biblioteca, ubicó el libro que lo estaba desvelando, en la
silla de siempre comenzó a leer, al frente estaba la muerte, no la desconocía,
sabía quién era, habían cruzado palabras, entonces se paró y se dirigió a ella,
le besó la mejilla y…
Abrazó la muerte. Comprendió
que hacía parte de la muchedumbre y se dejó llevar, levitaba angustiado,
regresaba la cabeza a todos lados anhelando atender una respuesta, pero sólo
una, la que siempre ha deseado escuchar, conservaba la esperanza y todas las miradas
lo acusaban.
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